agosto 06, 2014

Siempre hay una primera vez

Ya viviendo la experiencia de ser un "extranjero" tomamos un taxi para ir al cementerio de Tulcán, el primer pueblo ecuatoriano después de Rumichaca y mi primer destino turístico internacional,  yo ya sabía qué allá iba a encontrar una decoración que parecía hecha por el Joven manos de tijera y nuevamente logré convencer a Robert para que fuera conmigo.

Vista desde una torre del cementerio
Al cementerio, que parece ser el lugar más atractivo del pueblo, se llega en un taxi desde la frontera que no cuesta más de 5000 pesos, pero aquí ya hay que cambiar el chip y empezar a hablar en dólares, nada fácil al ser la primera vez que tenía que hacer pagos en otra moneda (sin contar una que otra compra por internet). Lo mejor en este caso es redondear el cambio para que las cuentas se puedan hacer más ágilmente.

Realmente el paisaje en el cementerio es de admirar: esculturas hechas de arbustos que le dan vida a un lugar de muerte, un sitio que resulta muy interesante conocer pues es un espacio que  se convierte prácticamente en un museo con obras de diferentes formas y tamaños.


Tumbas que no parecen tan tristes
El momento curioso de la visita llegó con unas niñas adolescentes que se quisieron tomar una foto conmigo, aunque no tardé mucho en darme cuenta que obviamente su verdadero interés era Robert, un tipo alto, mono y de ojos grises, pero fue algo extraño porque nos veían como bichos raros a pesar de mi pinta de “hermano colombiano”. Al parecer el hecho de llevar una mochila colgada en la espalda produce un efecto llamativo.

El taxi del cementerio a la terminal de Tulcán costó 2 dólares, se suponía que era 1, pero lo pagó el alemán.

Antes de salir a Quito desayunamos en un restaurante a una cuadra de la terminal en el restaurante San Luis, una comida sencilla y a un precio cómodo, esa fue también mi primera experiencia gastronómica en el exterior, nada muy relevante.

El bus en el que viajamos es de la empresa San Cristóbal, el pasaje costó 5 dólares y aunque no fue tan cómodo como esperaba, fue suficiente; en Ecuador el precio de los pasajes es de más o menos un dólar por hora de viaje.

Llevábamos solo cinco minutos de recorrido cuando nos detuvo la policía antinarcóticos, nos pidieron documentos de identificación y a mi compañero de viaje alemán le hicieron sacar su mochila para "revisarla", de todo el bus fue al único que le pidieron esto, pero solamente le echaron un ojo por encima y rápidamente nos dejaron continuar.

Un par de horas después nos volvieron a detener, esta vez quien tuvo que bajar a enseñar su equipaje fui yo. La verdad me pareció una requisa un poco simbólica, similar a la que hacen los vigilantes de la UdeA. No pasó nada raro y continuamos, pero pensé que ese sería el estigma durante todo mi periplo.

Por fin llegamos a Quito, una ciudad grande que nos recibió con lluvia y algo de frío. En Ecuador cada empresa de buses tiene su propia terminal a parte de la central a la que llegan todos. Así que nos quedamos en la terminal de la empresa San Cristóbal, allí nos dijeron que la dirección que teníamos del hostal Colonial House, daba por ahí cerca, a unas supuestas tres cuadras, así que decidimos caminar, pero no fue tal, realmente no encontramos el lugar y tuvimos que tomar un taxi hasta nuestro lugar de alojamiento.

En el hostal nos recibieron muy bien, Robert decidió quedarse una noche allí y descansar un poco mientras buscaba el lugar donde ya tenía una reserva. Yo decidí esperar a Andrés y Sonja, un par de amigos que venían en moto desde Medellín y que casualmente nuestras fechas de viaje concordaban en algunos puntos, por lo que acordamos encontrarnos y acompañarnos en ciertos trayectos.

Más temprano salí con Robert a conocer la zona y buscar algo de comer, realmente contamos con suerte pues un domingo en horas de la noche en el centro de una ciudad desconocida no es fácil encontrar algo diferente a un problema.

Cambio de guardia
Al otro día por fin me encontré con Andrés y Sonja y cuadramos itinerario, en la mañana fuimos a ver el cambio de guardia presidencial, un evento muy bonito que demuestra el nacionalismo de los ecuatorianos por su país, algo que realmente le falta a Colombia.
En el "miti miti" recordamos aquella escena del Titanic

En la tarde estuvimos en la mitad del mundo, es increíble lo que pasa cuando la fuerza de gravedad está más alejada del centro de la tierra. Vale la pena conocer el lugar y visitar el museo Intiñam, aunque yo lo bauticé como el museo “miti miti”.
El taxista que contratamos para que nos llevara a todos esos lugares nos habló muy bien de su país y su presidente, realmente se ve el progreso y el interés por gobernar para todo un pueblo, mi percepción sobre Correa cambió un poco.

De regreso nos quedamos nuevamente en la Plaza Grande para entrar y conocer el palacio presidencial con una visita guiada en el lugar donde despacha el presidente de turno. Bien interesante ver cómo el mandatario actual exhibe los regalos que ha recibido su país en su nombre.

Esa noche comimos en las Menestras del negro, un lugar que me habían recomendado y que ahora yo recomiendo, allá me devolvieron 5 dólares en monedas, un pequeño karma eso de cargar los bolsillos y no la billetera.

Así planeamos la subida al Cotopaxi
Al final del día empezamos a organizar nuestra subida al volcán del Cotopaxi, casi no logramos encontrar una agencia que nos hiciera el tour con descenso en bicicleta. Finalmente lo logramos y al otro día a las 7:00 a.m. estábamos listos para salir rumbo a esta aventura.

El Cotopaxi es el volcán activo más viejo del Ecuador y un lugar maravilloso con unos paisajes a su alrededor que parecen sacados de película y que ofrecen la posibilidad de acercarse a la nieve, llamas y hasta caballos salvajes.

Ese día fui muy feliz, la experiencia de caminar varias horas en ascenso me llenó de emoción no solo por poder ver esta maravilla natural sino por toda la magia que encierra conocer algo tan sencillo pero tan bonito como es la nieve. Además la bajada en bicicleta fue una buena descarga de adrenalina que terminó de aumentar mi felicidad; quienes me conocen saben lo mucho que me alegra montar en bicicleta.


Minutos antes de empezar a subir
De regreso paramos en un restaurante típico ecuatoriano y allí hablamos un buen rato con Luis, nuestro guía, él también nos habló muy bien de su país y presidente. Es increíble darse cuenta de lo bien que está Ecuador y las garantías que ofrece a sus habitantes. Claro que también hay que ver si a futuro es viable sostener tantos beneficios.

Cuando llegamos nuevamente a Quito nos quedamos un rato en el sector de Fosch buscando algo para tomar y recargar energías después de semejante plan. Ese lugar me hizo sentir en la 82 de Bogotá, es bastante similar.

¡Llegamos!
Directo a descansar, Robert ya no estaba, se había ido al hostal donde tenía una reserva para recoger algunas pertenencias, ahora veo sus fotos en Facebook y me alimenta nuevamente esas ganas de volver a viajar.

Nos recostamos un rato y salimos a buscar algo de comida. La encontramos en una esquina del barrio donde está el hostal, un lugar que también se parece a la Candelaria de Bogotá y que me reafirmo diciendo que en Medellín hace falta un sector similar. Encontramos diferentes tipos de productos grasosos, generosos en tamaño y de muy buen precio, me gustó. Al lado unas empanadas, de queso y horneadas, no me descrestaron mucho la verdad.

El miércoles Andrés y Sonja salieron temprano hacia Montañita, yo salí con una londinense que estaba sola en el hostal, no logramos entendernos muy bien pues mi inglés no es el mejor y su español era muy flojo, pero la aplicación del traductor ayudó.

Fuimos a un centro comercial y montamos en el Transmilenio quiteño. También aproveché para comprar el tiquete a Guayaquil en transportes Ecuador, 10 dólares, o sea unas diez horas de viaje. En la noche la londinense salió de rumba y no volví a saber de ella.

Ya en Guayaquil el bus no entró a la terminal principal, tuve que tomar un taxi que me iba a cobrar 2 dólares cuando había marcado 1, ya me habían advertido de lo vivos que suelen ser allá con este tema.

Allí desayuné y compré el pasaje a Montañita que indicaba la hora de salida para las 9:00 a.m., 6 dólares para un viaje de tres horas, un poco más costoso de lo normal, seguramente porque el bus parecía una excursión de "gringos", solo viajaban extranjeros, era el presagio de lo que me encontraría en mi destino. 

Después de un viaje rápido y tranquilo a medio día estaba caminando por la borde de la carreta, con un el típico calor costero y buscando el hostal que me habían recomendando.

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